Normas para una vida santa: Las Palabras

Normas para una vida santa: Las Palabras

  1. ¡Piensa! De toda palabra ociosa que hablas, de ella darás cuenta en el día del juicio (Mateo 12.36). “En las muchas palabras no falta pecado” (Proverbios 10.19). Por tanto, evita toda conversación que no edifique. Reflexiona de antemano si lo que estás a punto de decir tiene valor, ya que es mejor callar que decir algo ocioso o falso.

Jamás debes contar algo como cuento veraz a menos que sepas con toda seguridad que es cierto. Una vez que se sepa que no eres escrupuloso en decir siempre sólo la verdad, nadie te creerá aun cuando dices la verdad. En cambio, si siempre te cuidas de decir sólo la verdad… ni más ni menos… cada palabra que dices valdrá más que las del mentiroso dichas bajo juramento. Además, debes darte cuenta de que “los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre” (Apocalipsis 21.8). No podrán escapar del castigo eterno.

  1. Si tú deseas tener compañeros honorables, cuida que tu hablar muestre que eres digno de tal compañerismo. Por tanto, evita los insultos, el escarnio, las palabras indecentes y los chistes corrompidos. En primer lugar, hablar lujuriosamente es la prueba exterior de un corazón no regenerado: “Porque de la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12.34). En segundo lugar, el humor obsceno y las palabras indecorosas facilitan el cometer hechos deshonrosos.

“Pero”, podrás decir, “se necesita de qué conversar cuando uno está con sus amigos.”

Claro, pero que sea algo que edifique. La palabra de Dios no permite “ni palabras deshonestas, ni necedades, ni truhanerías, que no convienen (…) porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de desobediencia” (Efesios 5.4, 6). Por la conversación corrompida y la risa vana se contrista al Espíritu de Dios (Efesios 4.29–30).

La lengua es la gloria del hombre y el honor del cuerpo. ¿Se ha de usar mal, pues, al hablar perniciosamente? (Santiago 3.6). Por tanto, aborrece toda inmundicia; habla siempre lo amoroso y lo edificante, para que de este modo los oyentes puedan ser fortalecidos. Usa del don de hablar como un medio de reprender a los ociosos, instruir a los ignorantes y consolar a los agobiados. Dios te recompensará abundantemente con una mayor cantidad de sus dones.

  1. Abstente diligentemente del hábito vulgar de jurar y de profanar el santo nombre de Dios, lo cual es una evidencia indisputable de un carácter frívolo, profano e impío. El que procura verificar sus palabras con juramentos rara vez es hombre de integridad. Si no tiene conciencia para no profanar el nombre de Dios, ¿por qué suponer que tenga conciencia para no mentir? “Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5.37). Y si quieres evitar la profanidad, no busques el compañerismo de los profanos. Allí tú fácilmente podrás caer porque te acostumbrarás a la profanidad. Reprende al amigo por su profanidad, si crees que recibirá la reprensión; si no, no hay provecho en reprenderlo (Proverbios 9.8).
  2. No seas demasiado pronto en creer todo lo que oyes. No repitas todo lo que oyes, no sea que tu amigo se haga tu enemigo. Cuando oyes algún chisme o alguna queja contra otro, averigua completamente las circunstancias antes de formar tu opinión.
  3. No confíes en nadie tus asuntos personales a menos que ya lo hayas hallado digno de tu confianza. Una manera de probarlo y de llegar a conocerlo bien es: confía en él algún asunto de poca importancia; si lo guarda, esto indica que es fidedigno. Con todo, no es sabio informar descuidadamente a ningún amigo de todos tus asuntos personales. Pueda que algún día él utilice en tu contra el conocimiento que tú le brindas.
  4. La calumnia y el chisme son veneno para cualquier amistad. Si quieres tener amigos honorables, no hables mal de ellos. Si hay una falta en algún amigo tuyo, no hables de ella hasta que hables con él personalmente. Si en tu presencia otros hablan sin respeto de alguien que está ausente, antes de atreverte a participar en la conversación, escudriña tu propio corazón. Sin duda hallarás en ti mismo las mismas faltas (o faltas más grandes). Esto debe persuadirte a que mejores, y evitará que hables mal o con desprecio de otro.
  5. Cuando necesites consejo, no busques a un consejero basándote en su prestigio o estima entre la gente. Busca a los que verdaderamente temen a Dios y que tienen experiencia en el asunto del cual quieres consejo. Si tú no aceptas los consejos de uno que está acostumbrado a la alta estima de sus compañeros, pueda que se sienta insultado y que llegue a ser tu enemigo. Los humildes son los mejores consejeros.
  6. Si algún bienintencionado te da un consejo que no resulta ser bueno, no lo culpes. A veces hasta un buen consejo falla, y no hay nadie en la tierra que pueda saber el futuro. No te burles del consejo de los hermanos no instruidos que buscan tu bienestar.
  7. No te burles de las flaquezas de otro; en cambio, reconoce tus propias faltas (Gálatas 6.1). Todos tenemos nuestras debilidades, y no existe la persona de quien no se pueda decir: “Ojalá fuera diferente en aquello”. Todos o hemos sido, o somos, o podremos llegar a ser propensos a hacer cualquier cosa, así como lo son los demás. Por esto demuestra paciencia y compasión para con las flaquezas y errores de tu hermano. A la vez, no lo fortalezcas en su pecado por tu indiferencia o por tu negligencia en amonestarlo y reprenderlo como hermano.

Si tu amor por un hermano te impulsa a amonestarlo, procura hacerlo en un momento oportuno. Una reprensión dada en un momento poco oportuno fácilmente podrá causar más daño que bien, especialmente si la reprensión no está moderada con mansedumbre. La reprensión es como una ensalada: debe llevar más aceite que vinagre.

  1. No te acostumbres a discutir las palabras de otro o juzgarlas, a menos que sepas que has oído y entendido correctamente lo que quiso decir.
  2. No puedes tener disputas y divisiones con tus prójimos y a la vez tener paz con Dios. Si amas a Dios, tienes que amar a tu prójimo también porque Dios lo ha mandado.
  3. Soporta con paciencia tus pruebas, sin quejarte, aunque parezcan insoportables. A Dios no le agradan las quejas, y te separarás de tus mejores amigos cuando se sepa que eres una persona quejumbrosa.
  4. Ten por amigo al que te reprende en privado. Verdaderamente es una lástima si uno no tiene a nadie que se atreva a corregirlo cuando sea necesario. Es probable que tal hombre, por no ser reprendido nunca, piense que nunca se equivoca. Así seguirá viviendo en sus errores para su propia perdición. Ciertamente todos necesitamos enseñanza a veces. El ojo lo ve todo y procura la perfección de todo, pero a sí mismo no puede verse. Así sucede con nosotros: tenemos tanto prejuicio para nuestro propio beneficio que no podemos ver nuestros propios errores y faltas tan fácilmente como vemos los de otros. Por tanto, es muy necesario que tengamos la ayuda de otros, puesto que ellos pueden ver nuestras necesidades mucho más claramente que nosotros mismos.

Si la reprensión es dada justa o injustamente, ya sea por un amigo o por un enemigo, no te puede hacer daño si eres persona sabia y entendida. Si hay base para la reprensión, utilízala para mejorarte; si la reprensión es falsa, te podrá servir de aviso para saber qué evitar. Si eres una persona que no soporta la reprensión, o tienes que aprender la humildad o nunca hacer nada que sea malo.

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