Normas para una vida santa: Las Obras
- No hagas ningún mal, aunque tengas la facultad para ello. No hagas nada en secreto de lo que te avergonzarías delante de los hombres. Sé como José, recordando que aunque nadie te vea, Dios ve todo, y si pecas tu conciencia testificará contra ti. Aborrece todo pecado, no sólo el pecado que sea manifiesto a otros, sino también todo pecado oculto. Si escondes algún pecado, y no te arrepientes, seguramente Dios lo sacará a la luz (1 Corintios 4.5; Salmo 50.21).
- Con toda tu fuerza, mantente firme contra tus pecados íntimos. Estos son los pecados que tu naturaleza personal tiene propensión a cometer más que cualquier otro pecado. Uno ama la alabanza de los hombres; otro ama el dinero; otro es propenso a la borrachera; otro, a los pecados de la carne; otro, al orgullo; etcétera. Has de defenderte sobre todo contra tus inclinaciones malas más fuertes. Si puedes vencer éstas, fácilmente podrás vencer las demás tentaciones. Como el cazador de aves mantiene sujeta el ave agarrándola de una pata, así Satanás tiene en su poder al hombre que se rinde a una sola tentación. Lo tiene tan completamente agarrado como si se hubiese rendido a todas las tentaciones.
- Si deseas evitar el pecado tendrás que apartarte de toda ocasión y oportunidad que te guíe hacia el mal. El que no se aparta de las condiciones que conducen al mal no puede esperar vencer el pecado.
Las malas compañías conducen al pecado. De ellas se oye la plática indecente, por la cual uno fácilmente puede descarriarse y corromperse. “Las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (1 Corintios 15.33). Ya que las malas asociaciones son la red del diablo con la cual lleva a muchos a la perdición, evita el compañerismo con los impíos y lujuriosos. La Biblia dice: “Si los pecadores te quisieren engañar, no consientas” (Proverbios 1.10).
Los que pasan mucho tiempo con compañeros pecaminosos fácilmente se corrompen por medio de ellos. Adoptan su manera de hablar e imitan su carácter antes de que se den cuenta. Las malas compañías demandan la conformidad. Al estar en compañía de ellos hay que pecar o sufrir el escarnio. Tomando en cuenta esto, el piadoso evita el compañerismo de los impíos. Por ejemplo, si no deseas ser atraído a la fornicación y a la impureza, huye diligentemente de ocasiones y personas que facilitan la entrada en estos pecados. Para escapar de la borrachera, no busques la amistad de un borrachín. ¿De qué te servirá tal amigo que puede arruinar tu vida y aun destruir tu salvación? La experiencia nos enseña que mueren más personas por causa de la borrachera que por causa de la espada del enemigo. Más personas perecen por el vino que por ahogarse en agua. ¡Cuídate de las fascinaciones del pecado! No sabes cuán pronto puedes estar entrampado por Satanás.
- Cuando seas tentado por otros o por tu propio impulso a hacer daño a tu prójimo, detente a considerar cómo te sentirías si otros te trataran de la misma manera. No trates a otros de una manera que no te gustaría que ellos te trataran a ti. “Todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos” (Mateo 7.12).
- Al enfrentarte a una gran empresa, no pierdas la fe que Dios tiene el poder para proveer lo necesario para ti. No inicies nada sin primero pedir la bendición de Dios, pues sin su aprobación son vanas todas nuestras preocupaciones y labores (Salmo 127.1–2). Ruégale al Señor que bendiga tus esfuerzos. Luego échale manos a la obra con un espíritu gozoso, encomendando todo a la providencia sabia de Dios. El siempre cuida de los que le temen y suple sus necesidades.
- No procures mantenerte en ningún oficio prohibido por Dios. Pues ¿qué ventaja hay de las riquezas ganadas a expensas de tu alma? (Mateo 16.26). Aunque pudieras hacer grandes ganancias temporales por medio del fraude, de este modo perderías la bendición de una conciencia limpia. ¿Y quién puede soportar una conciencia intranquila? Por tanto, sé diligente como el apóstol Pablo, siempre procurando tener una conciencia limpia para con Dios y los hombres (Hechos 24.16).
- No seas orgulloso ni altanero a causa de haber sido bendecido con bienes de este mundo o con características personales sobresalientes. El Dios que te ha dado estos dones te los puede quitar, y puede ser que lo haga, si por medio de orgullo o desprecio de otros abusas de lo que él te ha dado. Aunque posees ciertas cualidades de las cuales podrías sentirte orgulloso, estas se contrapesan con tus muchas faltas. El que se conoce bien ciertamente hallará suficientes flaquezas humanas en sí que le será sumamente difícil tenerse por mejor que otros.
- Sé un verdadero siervo de Cristo, no sólo por asistir a los cultos de la iglesia, sino también en todo aspecto de tu vida. Evita todo pecado, y con un espíritu verdaderamente obediente cumple todos los mandamientos de Dios. No te quedes satisfecho con una reputación de ser piadoso; procura tener un carácter igualmente bueno. Ay del hombre que desea ser tenido por piadoso cuando no lo es.
- No pienses que es suficiente que sólo tú sirvas a Dios; preocúpate por que los demás bajo tu cuidado también le sirvan. El deber de cada padre no consiste solamente en el servicio personal a Dios, sino también en influir sobre su familia para que ésta haga lo mismo. Dios ha mandado: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Deuteronomio 6.6–7). Así hizo Josué, un héroe valiente que temía a Dios. El advirtió al pueblo de Israel que él y su casa le servirían al Señor a pesar de lo que los demás hicieran (Josué 24.15). Tú también debes estar muy preocupado que toda tu casa verdaderamente adore a Dios y le sirva.
- Detesta la ociosidad como una tentación de Satanás y como la causa de muchas clases de iniquidad. Sé diligente en cumplir tus tareas para que no seas hallado ocioso. Satanás tiene gran poder sobre los ociosos para llevarlos a muchos pecados. El rey David cayó en adulterio al estar ocioso sobre el terrado de su casa (2 Samuel 11.2–5).
- Practica la modestia en tu vestuario, y no tengas nada que ver con la pompa y el lujo en él. Es una gran vanidad gastar en un traje la cantidad de dinero que por lo general se requiere para vestir a dos o tres personas. Al envejecerte te acordarás de los días cuando procurabas adornarte, y sentirás sólo remordimiento por haberte deleitado en tal ostentación vana en otro tiempo.
Lee mucho en la palabra de Dios y hallarás muchas advertencias contra el orgullo. Ningún otro pecado fue castigado más duramente que éste. Los ángeles orgullosos y rebeldes fueron transformados en demonios. Nabucodonosor, un rey que había sido poderoso, fue hecho como un animal bruto y comió hierba como un buey. Jezabel, una reina dominante, fue devorada por los perros como resultado de su orgullo.
- El enojo es una herramienta que el diablo usa muy a menudo para hacer mucho daño en las relaciones humanas. Aunque el cristiano es tentado con el enojo, con la ayuda del Señor lo puede vencer. Si te sientes tentado con el enojo, detente meditando en cuán amoroso, paciente y misericordioso ha sido Cristo contigo. Perdona a otros así como Cristo te perdonó. Sé paciente con todos como lo fue Cristo, nuestro ejemplo perfecto.
- No tengas una amistad íntima con nadie a menos que sea persona temerosa de Dios. Ninguna amistad, comoquiera que fuera establecida, podrá durar mucho si no estuviera fundada sobre el temor de Dios.
Por tu bien es mejor que tus amistades no lleguen a ser demasiado íntimas. Si tu amistad llega a ser exclusiva y celosa, no puede durar mucho tiempo. Sé amigo de todos tus hermanos en Jesucristo, sin menospreciar a ninguno de ellos.
Si acaso se presentara algún desacuerdo entre tú y tu amigo, no lo desprecies por esta razón ni reveles sus secretos (Proverbios 11.13). De esta manera pueda que lo ganes de nuevo como amigo.
- Nadie en realidad es dueño de lo que está a su cuidado, sino que uno sólo es un mayordomo. Por tanto, reparte de tus bienes a los pobres y necesitados, sabiamente y de buena gana (Romanos 12.13; 1 Corintios 9.17).
- Preside con bondad y mansedumbre sobre los que están bajo tu cargo en vez de someterlos bajo temor y terror. La justicia de Dios no soporta por mucho tiempo la tiranía; un opresor no gobierna muchos días. Administrar la justicia en una manera demasiado severa es realmente una injusticia.
Además de justicia, Dios requiere mansedumbre y humildad de los que tienen autoridad. Por lo tanto, gobierna a tus súbditos con amor y misericordia, para que te amen y no sólo te teman.
- Finalmente, sé amigable para con todos y no seas un peso para nadie. Vive en santidad ante Dios; vive moderadamente para contigo mismo; vive honradamente ante tus vecinos. Que tu vida sea modesta y reservada, tu conducta cortés, tus amonestaciones amistosas, tu perdón de buena gana. Sé leal a tus promesas; y que sea sabio tu hablar. Reparte alegremente las abundancias que recibes.
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 7.1).